Escuchar al autor.
Con los ojos sellados, vesperal,
ante los candelabros relucientes
de sábado, mi madre. La penumbra
lisonjea sus cuerdas. Desfallece
la hora entre las velas encendidas.
Los muertos se sacuden -- fiebre --: huestes
de fiesta, sin piedad, cual candelabros,
peregrinan espejos. Desde el viernes,
avara, la agonía. En los cristales,
atolondrado de fragor, el sol,
filacteria de adiós, cree soñar.
La casa es un sollozo. El horizonte
cruza la casa: rostro del crepúsculo
ido entre lo jamás y lo jamás.