Este artículo ha sido publicado en el número 17 (2016) de la Revista Letral. Revista Electrónica de Estudios Transatlánticos de Literatura. http://revistaseug.ugr.es/index.php/letral
This article was published in Revista Letral, number 17, 2016. Electronic Journal of Transatlantic Literary Studies. http://revistaseug.ugr.es/index.php/letral
Una tarde de marzo de 1964, exactamente el 25, a las 5 de la tarde, un grupo de alumnos de la Universidad Austral nos reunimos en una destartalada salita aledaña a la Facultad de Filosofía y Letras. La ciudad es la cuna de Camilo Henríquez, fundador del periodismo chileno y más de algún iluso valdiviano piensa que siempre es el caso de fundar algo, lo que sea. En el mío, se trataba de un grupo literario todavía molesto porque el grupo Puelche de Temuco, de donde procedía, nunca mostró entusiasmo alguno por recibirme en sus filas. Es cierto, yo era un muchacho de 18 y representaba, dicen, algunos menos. Fundamos el grupo Trilce y la revista de poesía Trilce y a los pocos meses editamos una antología.
“Hemos visto nacer a TRILCE y lo hemos visto crecer rompiendo todos los records biológicos. Con precocidad olímpica llega, antes del año de vida, a la publicación de esta Antología”. Eso escribía Jaime Concha en el prólogo. Envalentonados, nos entregamos a la idea de organizar el Primer Encuentro de la Joven Poesía Chilena. Ni más ni menos. Olímpicamente pomposos. Pero también discretos y humildes, sorprendentemente discretos. ¿Por qué?
No nos autoconvocamos. No. Lo primero es lo primero y llamamos a nuestros poetas inmediatamente mayores, de la llamada generación de los cincuenta: Enrique Lihn, Jorge Teillier, Efraín Barquero, Armando Uribe Arce, Miguel Arteche, Alberto Rubio, David Rosenmann-Taub. No fue tarea fácil. Pocos sabían del poeta Alberto Rubio, refugiado en la judicatura. Nadie sabía de David Rosenmann-Taub. Viajamos a Santiago, recurrimos a Armando Uribe Arce. Nos recibió en su oficina. Severo y circunspecto. Supongo que nos interrogó y, satisfecho del resultado, nos abrió la puerta sagrada y misteriosa. David, por razones personales que no es el caso comentar, permanecía recluido en la casa familiar, absorto en sus lecturas y escrituras. Para nuestra sorpresa y regocijo aceptó ser de la partida. Para sorpresa de muchos, debo decir. Tan misterioso y alejado estaba que más de alguno empezaba a dudar de su existencia y hubo quienes sostenían que se trataba de un heterónimo de Armando Uribe.
Por eso, siempre digo que este primer encuentro fue una muestra de respetuoso saludo, y también una acción de rescate.
El esquema del encuentro fue así: siete poetas invitados y siete críticos que oficiaron de presentadores, previo a la lectura de poemas inéditos y a la discusión posterior. Entre los críticos figuraron Luis Bocaz, Jaime Concha, Alfonso Calderón, Jaime Giordano, Floridor Pérez, Armando Uribe (en doble militancia) y Hugo Montes. Como poetas testimoniales de la generación del 38 llegaron a Valdivia Braulio Arenas y Gonzalo Rojas. Y entre los jóvenes coetáneos del Grupo Trilce los poetas Hernán Lavín Cerda, Waldo Rojas, Jaime Quezada, Oliver Welden, Alicia Galaz, entre otros.
En la bienvenida a los poetas, pronunciada por el eminente ensayista y catedrático Félix Martínez Bonatti, a la sazón rector de la Universidad, le escuchamos decir:
Lo que en este silencio oiremos decir a los poetas no puede ser anticipado por nadie. Tampoco por ellos
Ellos son los que tienen el sentido más agudo. Desde la alquimia subterránea de nuestra existencia, en la que se confunden la naturaleza, los tiempos, los sueños, los azares, escuchan los poetas las remotas mutaciones de la vida. Y las dicen, sin embargo, nombrando cosas de todos los días, usando las formas de antiguas quejas. Porque lo insondable mismo, claro está, no aflora sino que sólo resuena en las palabras y cosas del canto del poeta.
En el encuentro valdiviano Uribe Arce –por cierto– hizo la presentación de Rosenmann-Taub. Hoy por hoy Uribe sostiene que éste es el mayor poeta vivo en lengua española. Ya en aquel lejano entonces, abril de 1965, escribió:
¿Cuál es el secreto de este poeta cuyas contradicciones profundas se desarrollan en la profundidad, y que ofrece una superficie más pulida que la de ningún otro poeta chileno, una sabiduría del verbo y el sustantivo y una agilidad del adjetivo que ningún otro iguala?¿Cómo se formó este constructor de poemas, que compone mejor que nadie, cuyas dotes son tantas que no se cuentan, pues se distribuyen silenciosamente por el poema y dejan de ser instrumentos para bastar como objetos bien hechos, hasta el punto de que no se advierten?
Creo que después del golpe de 1973, cuando perdimos a muchos poetas y estuvimos a punto de perder la poesía, nada supe de Rosenmann-Taub. Alguien me comentó que estaba en Nueva York, con una “beca perpetua”, susurraron, para escribir, para escribir. Pero de verdad nada supe hasta que en París una mano que se esmeraba en poner las cosas en su sitio me dio dos libros de David publicados recientemente. Algo pasó, como en 1965. Esa “gran obra en preparación” de que habló Uribe, golpeaba una vez más nuestra atención, como en 1965, repito, cuando Trilce llamó a su puerta y esa puerta se abrió.
Omar Lara · Laguna Redonda, noviembre 2016
Empezamos con una afirmación: David Rosenmann-Taub no es un poeta que sigue las tendencias corrientes que aparecen, por razones también político-sociales en Sudamérica, ni es un poeta característico de nuestros tiempos. Nuestra época no reconoce el lirismo de Yves Bonnefoy o de Ádonis sino que prefiere la inmediatez del verso social de Bob Dylan –y esto, por supuesto, no es a primera vista malo. Sin embargo, la poesía existencial y aun más la mística, no solo presupone para su entendimiento reservas de lecturas acumuladas, sino que además requiere su tiempo, cuando los temas cotidianos y las frecuentemente aforísticas formalidades de la poesía de la urgencia llegan más al lector de hoy. Para decirlo de otra manera: en la época de la comida rápida y de la velocidad digital, cuando a la gente no le importa mucho la poesía, el certero y asequible verso social ofrece una solución a todos aquellos que quieren presentarse como sensibles a los problemas cotidianos y demostrar la preocupación adecuada para ganar más “me gusta” en el ligero mundo de Facebook. Por eso, no es difícil de entender la protesta del poeta cuando escribe:
como usté que, leyendo, no me lee
bajo la luz banal de las galaxias.
Sostengo que en el pareado autorreferente que acabo de citar, lo esencial no está en el primero sino en el segundo verso: la maravillosa luz de las galaxias se presenta como banal al hombre actual porque él no puede reconocer el milagro, la bendición que es la propia vida. Cada poema importante cuenta el comienzo y el fin de un mundo, pero para entender la “cosmolágrima” del poeta tenemos nosotros también, los lectores, que exigir aquella “profecía garantizada” de la que habla George Steiner o, al menos, aquella “sentencia incierta” (es incierta, pero al mismo tiempo es una sentencia, un veredicto), como lo pide Jacques Derrida. Es decir, de entender desde antes que el poema es el tiempo presente de una momentánea y ya pasada experiencia, que no se trata solo de palabras bonitas echadas a la ligera a un papel –en este caso hablaríamos de un poema sin esperanza, sin perspectiva–, pero se trata de una manifestación existencial y una elección de vida, elección que tiene coste:
las fieras, en la selva,
como, en mí, los poemas
dice David. Y claro está, estas elecciones son siempre parciales porque la una completa o refuta la otra, construyendo al final el conjunto de la viva, ardiente realidad igual a como la vida verdadera. Y esta es, claramente, la definición de la poesía según Rosenmann-Taub: “me defino fragmento” escribe, y en otro sitio “[voy] vistiendo ruinas de ruinas”.
La poesía de David Rosenmann-Taub retransmite a la palabra su peso arquetípico: crea consonancias y calambures, utiliza la repetición y la música, pone continuamente pausas con comas y versos cortos para introducirla en el centro de la escena poética y para iluminarla. Se trata de un misticismo de la palabra dentro de un mundo secular que no cree en la sacralidad del logos, que no cree en su sentido religioso. Cuando el poeta escribe
Acabo de morir: para la tierra
soy un recién nacido
despierta la parte de Asia que se esconde profundamente dentro de nosotros habla de manera mística. Sin embargo, no es solo eso: su poesía, por su experimentación y la renovación que impone al verso se convierte en una Celebración de la Palabra –y hay aquí no simplemente ascetismo austero sino ironía y además auto-sarcasmo y sorpresa y revolución léxica. Y por eso su poesía no es de una única cuerda pero se renueva desde el interior a través de continuos y penosos nacimientos:
En el ochentaitrés,
de los cuarentamilquinientosdoce
volúmenes de Tóxicos de Magos,
detecté, en el capítulo catorce
–en su noveno párrafo–,
la receta: Belén.
Los versos de David Rosenmann-Taub pertenecen a una tradición fuera de la moda poética actual pero se dirigen a todos los amantes de la poesía verdadera. Esta ha sido siempre la levadura que hace fermentar toda la masa, que transforma el mundo para que podamos vivir.
Dimitris Angelís
El poeta chileno David Rosenmann-Taub es un poeta raro. Y, como casi todos los poetas raros, es también un poeta más o menos desconocido. Es raro porque escribe un poco al margen de las modas literarias que han ido sucediéndose en las últimas seis o siete décadas; es raro porque se mantiene, sin concesión alguna plenamente fiel a sus primeras inquietudes poéticas; es raro porque en su poesía, que no se podría calificar como religiosa, aparecen con frecuencia referencias evangélicas y bíblicas, la figura de Dios como personaje poético (un Dios que se resfría, un Dios que se muda de casa, un Dios que se emborracha, un Dios artesano…) y tonos discursivos que guardan en ocasiones profundas correspondencias con la retórica oracular de los salmos; es raro porque en su escritura hay una extraña voluntad de conjugar elementos dispares o antagónicos en una tensión mantenida y controlada a lo largo de toda su producción poética, una tensión que nunca se desborda: mirada serena y vértigo vital, verso libre y verso rimado escritura versicular y escritura métrica, hermetismo y claridad, divertimento y gravedad, carnal y sagrado, oscuridad y transparencia, muerte y vida, tiempo y espacio, una expresión cortante o seca (casi aforística) y frases ampulosas y circulares, desarraigo y raíz, clasicismo de la expresión y frecuentes rupturas del lenguaje poético, un lenguaje poético donde caben torsiones sintácticas, arcaísmos, coloquialismos o neologismos de creación propia (por ejemplo, “trizalejo”, en El duelo de la luz, 94).
A veces, cuando se usa la expresión de poeta raro, solemos entender esa etiqueta como la referida a un poeta cuya vida ha sido marginal o difícil o ha discurrido inmersa en peligrosas transgresiones y complicados laberintos existenciales, eróticos, políticos o sentimentales. No es caso del autor de El duelo de la luz, su vida no podría incluirse en este catálogo de rarezas.
David Rosenmann-Taub nació el 3 de mayo de 1927 (así que hace poco cumplió 89 años), nació en Santiago de Chile, en la calle Echaurren (ver poemas páginas 35-36 y 102 de El duelo de la luz [1]). Hijo de emigrantes polacos y niño muy precoz, aprendió a leer antes de los dos años de edad. Su padre le transmitió la pasión por la literatura y con su madre aprendió a tocar el piano. Con siete años empezó a escribir poemas y con nueve ya tenía algún alumno de piano. El origen de su ciclo poético más significativo, Cortejo y Epinicio, se remonta a los primeros años de su adolescencia, cuando comienza a escribir (en el patio de su colegio) algunos de los poemas incluidos en esta antología. Estudia piano, composición y armonía y en 1945 entra en contacto con el Sindicato de Escritores de Chile, cuyo secretario (el diplomático y poeta hermético Antonio de Undurraga) le publica en la revista Caballo de Fuego su poema “El Adolescente”, escrito cuando tenía 14 años. Entre 1943 y 1948, David Rosenmann-Taub estudió español en el Instituto Pedagógico de la Universidad de Chile, donde obtuvo el título de Profesor de Español, y asistió a cursos de botánica, astronomía, anatomía, arte y estética. También estudió otras lenguas (portugués, francés o inglés) que le permitieron la lectura directa de otras literaturas distintas de las escrita en lengua española. En 1948, el primer volumen de Cortejo y Epinicio gana el Premio de Poesía del Sindicato de Escritores, libro que se publica al año siguiente en la prestigiosa colección Cruz del Sur: David Rosenmann-Taub tenía 21 años. En 1951 publica Los Surcos Inundados y recibe el Premio de Poesía de la Universidad de Concepción con su libro El Regazo Luminoso. En 1952 publica, también en Cruz del Sur, La Enredadera del Júbilo. Y entre 1952 y 1975, aunque sigue escribiendo y corrigiendo incansablemente sus poemas (y también, componiendo y dibujando), no publica ningún libro sólo un pequeño Cuaderno de Poesía en 1962.
Con la llegada al poder del militar golpista Augusto Pinochet en 1973, la familia de David Rosenmann-Taub pierde gran parte de sus propiedades y una gran parte de sus manuscritos es robada en su domicilio. Viaja por Europa y América, imparte conferencias, da clases de literatura, fija su residencia en Estados Unidos, compila sus dibujos y, a partir de los años 80, hasta nuestros días, publica nuevos poemarios (Al Rey su Trono, 1983, o País Más Allá, en 2004, OÓ,O en Pre-Textos, 2015) y se centra en las tareas de revisión y corrección continua (“depuración contundente” la llama el profesor Teodosio Fernández en su artículo “Un lugar para David Rosenmann-Taub” [2]) de los volúmenes segundo, tercero y cuarto de Cortejo y Epinicio, el corpus poético antologado en esta selección de El duelo de la luz, un conjunto creativo integrado por cuatro libros que quieren ser una biografía vital, una biografía que va más allá de la propia biografía: El Zócalo (la vida en su primera etapa, la de la primavera, los veinte años de edad), El Mensajero (dedicado al verano, la tarde de la vida, de los 20 a los cuarenta años), La Opción (centrado en el crepúsculo o invierno de la vida, de los cuarenta a los sesenta años) y La Noche Antes (referido al invierno o la noche, de los sesenta años en adelante).
Decía que David Rosenmann-Taub es un poeta raro. Y quisiera también añadir que lo es porque su poesía nos trae ciertos tonos y sentidos que no suelen ser los más apreciados o promocionados por las mecánicas poéticas vigentes, aquellas que suelen trazar o fijar lo que debe ocurrir o ha ocurrido en la historia reciente de la poesía. Esa rareza lo hace desconocido, para verlo (y leerlo) hay que mirar en otra dirección, en una dirección distinta de la que nos marcan las señalizaciones críticas habituales. Y mirar como él lo hace, mirar sin excluir temas o modos o tradiciones. No hay otro modo de buscar lo esencial de una vida o de todas las vidas; y la poesía de David Rosenmann-Taub, para lograr ese objetivo de encontrar o acercarse a la esencia de las cosas o de la existencia, recurre a todas las herramientas que las tradiciones literarias han puesto a nuestra disposición. Así actúan los buenos mecánicos o los carpinteros responsables. ¿Y acaso un poeta no actúa como un mecánico que desmenuza las entrañas de un artilugio para luego armar como un carpintero un utensilio que nos sirva para algo?
José Carlos Rosales
[1]Rosenmann-Taub, David (2014). El duelo de la luz. Antología de Cortejo y Epinicio. Álvaro Salvador y Erika Martínez (eds.). Valencia: Pre-Textos.
[2]Fernández, Teodosio (2007). “Un lugar para David Rosenmann-Taub”, en Ínsula, n.º 730, octubre, pp. 38-40.