19 Enero 2003
¿Cómo podemos leer un libro de poesía cuya mitad del título se nos escapa? ¿Sabemos lo que quiere decir una palabra como Epinicio? ¿Y si ni siquiera la conocemos, podemos igualmente alcanzar alguna de sus resonancias, tanto a nivel de nuestra propia lengua, su tradición y sus juegos léxicos actuales, como a niveles que exceden la lengua en todas direcciones, hacia problemas musicales y de idiosincrasia, culturales y atemporales, eróticos y discursivos?
Es provocador que Cortejo y Epinicio, un libro publicado originalmente en 1949, venga cincuenticuatro años después a seguir preguntando con la misma efectividad literaria por qué no nos interesa o leemos tan velozmente la poesía, por qué es necesario colgarle a la tarea de componer escritura atributos de sacralidad y de facilismo al mismo tiempo. Flojera intelectual, carencia de herramientas de análisis especializado, sensibilidad deficiente son las acusaciones de este libro al silencio con que lo ha recibido ayer y hoy la crítica, la academia y la historia literaria. Jactancia artística, gongorismo y desprecio por la comunicación pueden suponerse como las respuestas de la opinión pública y su explicación para el aislamiento de Rosenmann-Taub. Los lectores debemos estar cruzando de una a otra de estas trincheras supuestas con cuidado.
La eficacia literaria de Cortejo y Epinicio está en enfrentar la actual indulgencia del medio poético hacia la referencialidad con una agobiante puesta en relieve del sentido más inmanente de las palabras: el sonido. He aquí alta poesía, entendida tal altura como el logro de la completa opacidad del enunciado. Cada uno de los ochenta cantos del poemario fuerza las significaciones y hace extraños los usos sintácticos cotidianos hasta que los vocablos, los versos y los poemas se vuelven objetos en sí mismos, nuestra habla se vuelve insólita y las realidades gastadas a que alguna vez aludieron las palabras se vuelven "un recién nacido". De este modo, poesía vuelve a ser el viejo oficio de forzar al extremo la lengua con el objetivo de decir lo que no se dice, en la tradición del libro del Apocalipsis, la alegoría medieval, la cábala rabínica, el simbolismo, Mallarmé, el Trilce de César Vallejo y la crítica literaria.
Cortejo y Epinicio vuelve a empezar, expugna el mismo silencio de siempre, donde -y cuesta decir- converge aquello que alcanza a resonar en la mayoría de las catorce secciones que lo componen, la pregunta de Dios, el letargo insinuante de la naturaleza, la concurrencia del niño, la evaporización amatoria. Sin embargo, el silencio que se desprende de la rasgadura de estos poemas también es repetido como la literatura debe repetirse, porque busca hacer del todo manifiesta la intervención consciente, medida y racionada de parte del sujeto de discurso, cuya presencia pesa en cada verso como un pronombre personal que quiere agotarse a sí mismo, yo, yo, yo, pero no lo logra y se hace inagotable al no acudir a preguntas, sino a la descomposición del sonido de las palabras con que el ser humano pretende ordenar la tierra, hasta que lograr dibujar una partitura y se olvida de lo demás. Epinicio significa himno triunfal.