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El Cielo en la Fuente/La Mañana Eterna. David Rosenmann-Taub
Cielo, mañana eterna

Por Felipe Ruiz
Rocinante, abril de 2005.

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El Cielo en la Fuente/La Mañana Eterna son la última obra de este aclamado pero incomprendido autor chileno, radicado en Estados Unidos. Se trata de la continuación lógica de su aplaudido El Mensajero y, a su vez, el empalme necesario de una consistencia poética difícil de encontrar. No exagera nuestro actual Premio Nacional de Literatura, Armando Uribe, cuando sindica a Rosenmann-Taub como uno de los autores más fascinantes del panorama poético actual: se trata de uno de estos edificios en que la calidad de la “obra” excede las restricciones del objeto libro como factura material, convirtiéndose el último en depositario más que epicentro de la actividad poética.

Difícil tarea crítica la hermenéutica de esta entrega sin confrontarla con el resto de su cuidada obra. Sin embargo, un “estadio” sería el posible lugar, el rincón, de acercamiento al movimiento dual que configurara El Cielo en la Fuente/La Mañana Eterna. La primera, sobre todo, se centra en la aventura de Jesusa, personaje que alterna diálogos con los otros taludes de la tríada: un “él” (Padre) y un “ello” indescifrable, en un comienzo:

Demasiado garfiada en dos palancas
acechas la ceniza.
—Mi corazón— gritó.
La sombra de las clavenillas.
Tres Y dos,
Y dos para tres.

Se anuncia, sin embargo, a partir de la reiteración de la tríada, el aprendizaje de Jesusa a través de “la comarca” y el espacio boreal que constituye a la fuente como el epicentro de la acción del eterno sobre la infanta. Aprendizaje que es, a su vez, reencuentro con lo inefable y la trascendencia como sine qua non del saber de su experiencia. Mientras Jesusa se obstine —y esto lo recalca Rosenmann-Taub a partir de reiteradas exclamaciones—, arrogante, contra la voluntad triplicadora del dueto, mientras su empeño sea la búsqueda de una autoconfirmación eléctrica del Yo en la fuente, no encontrará el camino de vuelta a su propio corazón:

Viviré lo que no me diste,
Salvaré lo que me enjoyaste.

La aventura de Jesusa es, en este sentido, el momento de la pasión. No hemos de encontrar mejor construcción epicéntrica en el suelo norteamericano, en este sentido, que la obra de un chileno perpetrando la inversión de género a partir de su experiencia de la neurosis colectiva. El sueño de retorno de Jesusa es violento y neuro extático; en efecto, pues parece no comprender el significado profundo de su aventura como un viaje hacia la madre. Es ella, finalmente, quien da paz a la niña y es esa voz la que de pronto asoma confusa como hablante femenino primero, intervenido por el flujo de su inconsciente matria:

-¡Me oyes, me oyes aun!
-Desde siempre, Jesusa,
Aquí, en mi corazón.

El corazón perdido y el corazón recuperado son el lugar de la aparición del tercero en este caso, la tercera, para forjar La Mañana Eterna. No espere el lector avisado que la perpetua eternidad sobre la fuente repose aquí, para siempre, sobre la cándida esperanza de la terna. La Mañana Eterna inaugura y cierra el momento del descanso de Jesusa y apenas abre la aventura de forja de Pedrito, personaje del segundo estadio. Pedrito encuentra, restituye la polaridad masculina del tridente a partir de la experiencia de claustrofobia del circuito cerrado.