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Puma de luz: me he sumergido
en el cuarto de Sara,
hurgando una quimera de pudores y almizcles
en las gavetas donde ya no hay nada:
embriaguez de baldosa con lluvia,
de retratos o broches o acacias.
He estregado un montón de polvo
en los presidios de mi cara:
matza flagrante, sonora gamuza,
crinolinas de porcelana,
tropel de muñecas y valses
y abanicos y chapas.
Tras mascar el ropero vacío,
rasguñando el rincón de la lámpara,
he lamido tapiz y paredes:
sequedal hacia esponjas de hazaña:
con el jaral bullir de las polillas
un destello de cinta se enmañana.
El yeso me ha otorgado sus bodegas:
he ajordado, vicioso, por la rambla
de la victrola desaparecida:
por su cardumen de pizarra cálida:
tobogán de cerezas
para arribar al nácar de la infancia.
Arderme, persistirme,
hasta brotarme palmas en las palmas:
frenesí de fronteras,
tan remoto, en volandas,
tan mendigo, tan dentro
me buscaba y jadeaba y buscaba
el olor sin color, sin aroma,
de ciertas lágrimas.