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Santiago de Chile
31 julio 1977
Antes que dirigirse a lectores, el poeta no sólo procura decirse algo, sino construirse ante sí mismo con la palabra – si cabe expresarlo así –; por eso el lenguaje en él se alejará mucho de los significados comunes. A menudo la auténtica poesía presenta resistencia al lector. Hasta brotan en ella nuevos vocablos: así, el que nomina las agrupaciones básicas de Los Despojos del Sol, de David Rosenmann-Taub, obra aparecida recientemente con el sello "esteoeste" (Argentina), en su Ananda Primera. El vocablo irá revelando su sentido ordenador con la anunciada publicación de la Ananda Segunda.
¿La naturaleza, la actividad, los acontecimientos o la mera conciencia crean la realidad de la persona en toda su singularidad? En los hechos de la vida, en nuestros actos, en los sucesos que nos afectan, en el mundo exterior, ¿nos reconocemos, o acaso nos sirven para "ser"? ¿O acaso logramos esa singularidad sólo mediante la íntima, profunda percepción de nosotros mismos?
A mi parecer, entre tales interrogantes maduran las vivencias del "Diario de un Guijarro" y de otros poemas del libro, expresión de un dramático divorcio en el hombre entre la conciencia de sí mismo y su existencia.
Sin duda, se es persona en cuanto se tiene conciencia de sí; pero el entregarse uno a existir es como perder esta conciencia: es decir, al darse a los actos y reacciones habituales. Resultado paradójico: no se es persona en cuanto se existe. Si se percibe uno en puro acto de conciencia, se aprehende hecho casi de vacío. ¿Qué es este vacío? ¿Dónde está la realidad de uno mismo? Desde otro punto de vista, no es posible el conocimiento pleno de sí: se vive aprisionado irremisiblemente en la existencia o en la conciencia, mundos incomunicables.
Salí, por fidelidad. ¿A quién?, dice el poema I. Uno sale para existir y demostrarse su propia existencia – digámoslo así –, para encontrarse consigo mismo; pero no se encuentra, ya que deja de percibirse, de reconocerse en los actos comunes. Esto equivale, por otra parte, a no haber salido, a no haber existido plenamente, ya que la existencia plena requiere la conciencia:
alparme, abrirme, ahora, cerrarme, con diáfano sigilo (si no, ¿qué pasaría?), estrechando la gavilla que me purifica desde que sé que no existo.
Esto significa, a su vez, negar el movimiento o demostrar su ineficacia: Inmóvil, capturé la esquina donde gira el Emporio de Todo. [Poema I.]
Tampoco la naturaleza alimenta la realidad de la persona. "Convoqué alamedas para servírmelas" [Poema III]. Pero las alamedas "dormitan desequidas". No se disfrutan. No nos reflejamos en el espejo, sino el espejo se refleja en nosotros. El espejo vacante no refleja nada; a lo sumo, "casi refleja", y "apenas", "la forma de lo informe". Si queremos servirnos de la naturaleza, ella se sirve de nosotros; si queremos asimilarla, ella misma nos devora. Así, dice de las endibias el comensal, en el poema "Manjar":
dan comienzo
a la voracidad: gozan su modo
de asumir mi saliva.
No nos pertenece el cuerpo: "hombros, párpados, manos"; ni los retratos nos representan; son horizontes imposibles de asir, "torrenciales", "codiciosos" de nosotros mismos, que nos sorbieran y desprendieran de nuestra propia identidad (Poema VIII). La Divinidad no se halla fuera del encierro en que nos debatimos. Dios no está más allá, sino aquí, "entre el ropero y el lecho" (Poema VII). Guardamos identidad con él antes que semejanza. Impone silencio y es el silencio. No nos presta ayuda para conocernos. Conocernos resulta más difícil que conocer a Dios.
Atrevidísima la visión del universo en "Rito". El cosmos vagabundea "desvencijado", pero como en pañales, "alhorre aún", sin ni siquiera enterarse de su propia orfandad y fragilidad, a oscuras y en busca de más tiniebla, como si su más alto grado de evolución fuera el buscar la conciencia del hombre aturdidamente, intuyendo que sólo en ella, única luz, podrá alcanzar sentido su viaje. Gracias al contacto con ese "yo" del poema, surgirá triunfante la belleza. Acto ritual, rítmico del cosmos en pos de su madurez de "estiércol", pero madurez al fin:
Frágil, ilusionado,
sobre su bósforo de tropezones
mustios, alhorre aún, desvencijado,
sin ni siquiera oír getsemaní,
ciego tras más ceguera,
el lerdo carromato estrepitoso
de las constelaciones
preguntará en la casa venidera,
confundido, por mí:
¡maduro estiércol para siempre hermoso!
Releemos alguna página de Jean Rostand, el biólogo. La vida habría aparecido quizá sólo en este planeta, y la conciencia sólo en el hombre. Puro azar. La conciencia humana, única luz del universo: el concebirlo resalta espeluznantemente nuestro sentimiento de orfandad y aislamiento. "Yo no vería nada de imposible el que nuestro mundo tuviera el trágico privilegio del cerebro humano y que él fuera el único lugar del universo en donde el ciego juego de las moléculas hubiera terminado en reflexión y tormento."
Con el paso de los años cobra mayor relieve en uno el apreciar la conciencia como verdadero refugio en la vida – pese a esa sensación de aislamiento que pueda provocar –, actitud que debió de tener su origen en Jesús de Galilea. Dicen la estrofas finales de un poema de Luis Cernuda, "Tarde Oscura":
Por estos suburbios
sórdidos, sin norte
vas, como el destino
inútil del hombre.
Y en el pensamiento,
luz o fe ahora
buscas, mientras vence
afuera la sombra.
A nuestro parecer, David Rosenmann-Taub, en alucinante visión, con mucho de extraño humorismo, exalta la conciencia y la voluntad creadora en su poema transcrito y en otros del libro. Nos deja algo así como cósmicamente desolados, pero a la vez nos conforta con esa tranquilidad que sobreviene tras la presencia o la experiencia de un drama seguido del logro de una verdad.
Valdría la pena detenerse más en estos poemas. Quizás El Eclesiastés, Pascal, el pensamiento existencialista, traerían puntos de referencia y comparación. Y El Cementerio Marino. De algún modo se siente que la flecha de Zenón que hiriera a Valéry hiere también a Rosenmann-Taub.
Ojalá que esta versión breve de una experiencia en la más inmediata lectura de un libro exigente no violente demasiado a sus lectores ni a su propio autor. Quizás en estas líneas se interpreta o divaga más, que se valoriza; pero conste, al menos, esa experiencia, frente a un notable texto de poesía.