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Santiago de Chile
1981

Poesía de David Rosenmann-Taub:
Cortejo y Epinicio, El Cielo en la Fuente,
Los Despojos del Sol

Editorial Esteoeste

por Pepys

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David Rosenmann-Taub es un otero sorprendente. Hacia los años 50, en nuestro país, su nombre suscito expectación pública. La cultura, entonces, era la cultura. Había, digamos, un excelente cultura literaria. Por las calles la gentes sencillas hablaban con metáforas originales. El código de la lengua común, sin embargo, no se interrumpía. A la inversa, fluía como un manantial. ¡Ah, eso años! Pues bien, hacia aquellos días apareció el primer libro de David Rosenmann-Taub: Cortejo y Epinicio. Bella edición. Extraño titulo. De "cortejo" lo sabíamos todo o casi todo. En lo esencial: "personas que forman el acompañamiento en una ceremonia". ¿Pero de "epinicio"? Nada. Casi nada. Hubo que apelar al diccionario: "canto de victoria; himno triunfal".

De modo que teníamos en frente algo más que la ceremonia triunfal de un poeta nuevo; asistíamos a una suerte de cambio de guardia en el régimen tradicionalmente españolista, modernista y rubendariano de nuestra poesía.

Rosenmann-Taub, con todo, no se dejaba envolver fácilmente por los halagos precoces de la fama, siendo un temperamento sensitivo en grado extremo, pulido por la disconformidad interior, acerado crítico del entorno, y maestro de la antitorpeza.

La soledad, a la postre, constituye el cortejo de los elegidos. ¿Con qué moneda se paga el epinicio de la soledad?

No es cómodo, aquí, entre nos, escribir lo que reproducimos en seguida sin pagar tributo cuantioso a la incomprensión:

Naúsea. La cicindela
– basalto, perfección –
con su flamante envergadura ríe:
acerada. (La escoba
me soborna.) Me hinco. Dejadez
que no se ruega inútiles sentidos.
        [Cortejo y Epinicio, segunda edición: Poema XLI ]

Pero, también, compensando, la misma pluma es la que escribe:

Acabo de morir: para la tierra
        soy un recién nacido.

        [Cortejo y Epinicio, segunda edición: Poem XVII, "Genetrix"]

A la soledad sigue el silencio. Al silencio, los sufrimientos, criba de la vida. Más allá, los viajes, la lejanía, el apartamiento de las raíces.

Tierra triste, inhóspita, veleidosa, desdeña con premura.

Como Spinoza entre sus objetos ópticos, David Rosenmann-Taub mora, en alguna parte innominada, entre sus objetos poéticos: las palabras.

Dos libros magistralmente editados lo rescatan para el monopolio de unos cuantos lectores selectos: Los Despojos del Sol y El Cielo en la Fuente.

En su estudio Sobre la Dificultad, George Steiner anota: "El poeta, muchas veces, es un neologista, un orfebre recombinador de palabras: ¿en qué suave instrumento pensaba Mandelstam cuando invocó la música de tormenvox? Los escritores son apasionados resucitadores de palabras: enterradas o espectrales..."

De El Cielo en la Fuente son estas combinaciones de palabras:

La rosa hacia la rosa: los ardores
ondulan y sucumben.
Como lo mío antes de mí, Jesusa
en otro corazón.

¿No buscará descanso?
En una página de arena y miedo
lee su nombre. Fardos los dominios.
Habrá murallas, pero no muy altas.

[El Cielo en la Fuente: Poema XVII]

David Rosenmann-Taub sabe por qué dice lo que dice. Es un orfebre, un neologista, un recombinador de palabras.

En los pueblos precarios todavía hay la creencia de que el orfebre es un alquimista. Y que a los alquimistas los carga el diablo. Se les teme como a los que han extraviado el hilo del discurso lógico. No intuyen lo que se pierden: la otra razón del mundo.