DRT Poetry Site Header Logo

“CORTEJO Y EPINICIO”
de David Rosenmann-Taub

por ULYSES

alt

Este poeta, nacido en 1927, en la calle Echaurren de nuestro viejo Santiago, se estrena con su libro “Cortejo y Epinicio”, sin ninguna huella adolescente. Lo decimos en el aspecto técnico de la cultura, del dominio expresivo y también por el desenfado para cantar muchos ángulos escabrosos de esa multiplicidad inconmensurable del hombre. Además, un atento y hábil leer ha dado a Rosenmann un amplio registro formal; adjetivación sorprendente, formas captadas de la técnica musical y de la más noble poesía. Los grandes líricos alemanes y la Biblia, en cuanto ella encierra un inmenso tesoro de conocimiento del ser humano, perdido en la inmensidad del tiempo, han servido para adosar la expresión original de este poeta, a nuestro juicio el más interesante surgido en los últimos veinte años. Leamos su primer acorde de la sugerente profundidad del genio de Weimar.

Después, después el viento entre dos cimas,
y el hermano alacrán que se encabrita,
y las mareas rojas sobre el día.
Voraz volcán; el nimbo pasaremos.
El buitre morirá; laxo castigo.

No es más ni menos que “laxo castigo” la muerte para el que busca el vellocino de oro o el fuego sagrado. La idea de la muerte, hermanada a una disociación erótica, anterior a la afirmación o la queja definida del sexo, caracteriza esta poesía, mitigada, en sus impulsiones tiernas, con el sarcasmo:

Con trapitos de musgo, cariño mío,
te envolveré. Haga tuto mi niño lindo.
Te envolveré bien, hijo,
con esmeraldas y halos alabastrinos,
y a tus manitas cubriré, cariño mío,
con gusanos bonitos.
Haga tuto mi niño, niño podrido.

El sarcasmo no parece fruto de un escepticismo prematuro del joven poeta, sino de una conciencia diáfana de la vida que no carece de amor; pero que al desahogar la vivencia lírica, se hace angustiosa, propensa a ser confundida con el sadismo incestuoso, sin importancia en el fenómeno puramente estético.

Esta niña se vistió de novia
para casarse con la muerte,
se puso galas y galas
y a La Que Hiede;
de tastaz llenó su boca
para alegrar humanos jueces.
Reconocióse en la mañana,
como un atado de serpientes.

Y así como la muerte se asocia en dos vocablos de distinta alcurnia: “laxo” y “castigo”, como quien dice de movimiento y origen ético, el amor a sus antepasados se hace símbolo, nada más que en una alusión de este poema con raigambre hebrea:

“Ay si te pudiera volver a ver y te saludara
y aún no me diera cuenta. ¡Oh! cogería tus manos,
te miraría largo, y a lo mejor -es muy posible-
estaría mirando hacia otro lado mientras hablabas
pero sabría que estabas ahí de donde venía tu voz.”

En una ligera crónica anterior sobre este mismo poeta, basada en la impresión de un recital, le exigíamos una mayor plenitud de vida, lo que implicaba un reproche a cierto estatismo erudito, más de anciano que de muchacho, que secaba, probablemente, la vivencia.

Sin embargo, la lectura pausada de su libro “Cortejo y Epinicio”, nos hace rectificar, en parte, este juicio. Porque, en verdad, la extraordinaria riqueza psicológica y el finísimo estro de David Rosenmann, sublima su propia limitación objetiva, llevándola al límite de la más pura poesía, restándole trascendencia a todo aspecto temporal.

Nunca se pierde en el curso de este libro denso, la invocación a Dios, un Hacedor severo y cósmico, lírico y judaico:

“El cielo enardecido late campos llameantes.
Es la boca de Dios la que muerde la cumbre”

Y tal vez por estas mismas causas, basadas en una absorbente tradición racial, cuando el poeta David Rosenmann canta a Cristo lo hace con tonalidad directa y humana que nos recuerda el "Poema al hijo" de Joaquín Cifuentes Sepúlveda:

“Entra como varón, humanamente
segando mis entrañas; con tridente
haz lava y lava el corazón,
hazme cobarde, no valiente.”


en revista OCCIDENTE - marzo de 1950